J.L. HERMIDA USCANGA
La carrera de Fernando Valenzuela parecía estar llegando ya a su final. Máxime cuando un año antes, en 1991 fue dejado en libertad por Angelinos de Anaheim, después de trabajar solamente par de aperturas, donde se mantuvo en la lomita por espacio de seis entradas con dos tercios, y sufriendo par de derrotas.
Parecía el final, de un lanzador de un brazo fuerte, que acostumbraba en la mayor parte de sus aperturas de ir más allá de la quinta entrada o completar las nueve entradas, como los beisbolistas de antaño.
Máxime, que Fernando, apenas en 1990, su último con los Dodgers, había agregado un logro más en su prodigiosa carrera al lanzar el primero doble cero para un lanzador mexicano, contra los Cardenales de San Luis.
Ya en libertad con los Angelinos, Fernando no encontró acomodo en otro club, y se encontraba en su casa de Los Ángeles cuando recibió la llamada de los Charros de Jalisco para jugar con ellos en la temporada de 1992 de la Liga Mexicana de Beisbol.
Fernando esperó la llamada de otro equipo de Grandes Ligas, y a pesar de los esfuerzos de su representante Tony de Marco nunca llegó una oferta.
Entonces decidió regresar a Liga Mexicana, de donde emergió en 1979 como Novato del Año, en su campaña de debut con los Leones de Yucatán, un equipo donde jugó porque fue prestado por los Ángeles de Puebla que, en ese año con caballos como Pablo Gutiérrez Delfín, Ernesto Escárrega, César Díaz, Fernando López, Antonio Pulido, Ramón Munguía, Pablo Estrada y el novato Abraham Rivera, no tenían lugar para un chamaco de 19 años.
Para esos tiempos, después de la marcha de los Ángeles Negros a Guadalajara a finales de 1987 para convertirse de manera efímera en Charros de Jalisco, la ciudad de Puebla no tenía equipo profesional.
Era lógico que no veríamos a Fernando en acción, pero el destino nos tenía preparada una gran jugada.
Estando de vacaciones en el mes de mayo en nuestro querido estado de Veracruz, los Charros de Jalisco con todo y Valenzuela fueron de visita al puerto para enfrentar al Águila de Veracruz.
Fue entonces cuando me nació la idea de buscar una entrevista exclusiva con el gran “Toro” de Etchohuaquila, al que había visto lanzar desde aquel mes de septiembre de 1980 cuando apareció como relevista de los Dodgers, y después con su brillante campaña de 1981 que lo catapultó al estrellato.
Estando en mi pueblo natal -Rincón de la Palma- le pedí a Juan de Dios García Zamudio, quien entre muchos otros oficiales le hacía a la fotografía, para que me acompañara a la entrevista y realizara las placas.
Llegué al estadio del Águila, ingresé por el lado de la caseta de primera base, y junto con Juan de Dios nos metimos de plano al nido de los Charros.
Fernando estaba haciendo sus prácticas en la zona de los jardines, y esperé pacientemente.
Dios me puso en el camino al “Zandoka”, batboy de los Charros, y a quien conocía haciendo la misma labor con los Ángeles Negros.
“Quihubo Uscanga, que te trae por aquí”, me saludó efusivo “Zandoka”. “Mi respuesta fue similar, con entusiasmo y enorme gusto”.
Le respondí “vengo con la intención de entrevista al “Toro” ¿se podrá?”, cuestioné.
“No te preocupes, ahorita le digo, cuenta con ello”, me ripostó.
Cuando llegó Valenzuela a la caseta, “Zandoka” lo abordó. Le explicó petición, un amigo de El Sol de Puebla quiere hacerte una entrevista, y gustoso, Fernando asentó con la cabeza.
Se hizo la presentación, nuestro gran ídolo estaba frente a nosotros.
“¿Cuándo quieres la entrevista?”, me cuestionó. “Ahorita, se puede y cuando tú digas”, le dije.
“¡Donde?”, volvió a cuestionar. “Donde tu digas”, volví a responder.
“Pues aquí mismo”, dijo.
Nos sentamos sobre los escalones, y ahí comencé la entrevista con la gran ex estrella de los Dodgers.
La pregunta que más recuerdo fue cuando cuestioné ¿Vive bien Valenzuela, tiene mucho dinero? Noté que se incomodé, y de inmediato corregí ¿Por qué decidí venir Valenzuela a Liga Mexicana?
Así ya cambió la cosa.
“Lo que te puedo decir es que no vengo por dinero, vengo a demostrar que todavía puedo lanzar y mi intención es volver a lanzar en Grandes Ligas”.
Ahí estaba la carnita.
Como fue exclusiva, regresé a Puebla, y todavía esperé unos días para publicarla.
Y vaya que cumplió, al fin y a cabo con 31 años, aunque ya con el brazo un poco lastimado y cansado por tanto trabajo, Valenzuela volvió en 1993 con los Orioles de Baltimore.
Para 1994 regresó de nuevo con los Charros, su última en Liga Mexicana, para firmar una campaña de 10 triunfos y 3 derrotas, para ganarse otro regresó a Grandes Ligas.
Ahí sí, en ese 1994 lo saludé ya en Puebla. Se improvisó una charla general en la caseta de los Charros, por el lado de tercera, donde el buen amigo Fernando Villanueva, que trabajaba para la radio, llevó la batuta, y donde la directiva de los Pericos aprovechó para rendirle un merecido homenaje.
Sobre el final de ese 1994 regresó de nuevo a la Gran Carpa con los Filis, y se mantuvo por allá entre San Diego y San Luis para disfrutar su estancia final en el mejor beisbol del mundo hasta 1997 cuando se retiró con el uniforme de los Cardenales de San Luis, contra los que en julio de 1990 había lanzado aquel sin hit ni carrera.
Así, el ilustre 34 con los Dodgers -que también usó el 36 y 33 con los otros equipos-, acrecentaba su leyenda y dejaba un enorme legado en la mejor pelota del mundo.
Fernando se fue muy joven, apenas a los 63 años, pero dejó su nombre grabado en la inmortalidad y en los corazones de millones de mexicanos y aficionados del mundo, que a partir de 1981 se desbordaron con la Fernandomanía y con su letal “tirabuzón”, veneno puro para los bateadores rivales.