La euforia de las realidades
Calles obscuras
Román Sánchez Zamora
-Es bueno después de años, disfrutar de la vida, de momentos, de espacios, de amigos, y hasta de reflexionar sobre la vida-, me dijo mi general, apenas había entrado a su casa, él estaba de espaldas.
-La pereza siempre será mala consejera-.
Nos sentamos en el sillón; después que él, siempre le seguía en sus acciones, no porque él me lo hubiera dicho, lo hice siempre así por respeto.
-Es increíble como movemos los brazos, caminamos, dormimos y volvemos a la vida-.
-Muchos se quedaron en el un espacio lejano a la realidad, era un joven cadete y frente a mi iba reconociendo el campo, Samuel, impecable estudiante, solidario, fuerte, de costa, buen tipo, ese día le toco ir delante de mí, pecho tierra, removió una mina, que alguien quizá se quiso robar y la escondió… un estallido, su brazo voló, te alejas y te pones en un lugar seguro, hasta que el instructor de otras ordenes, la mejilla me daba comezón, al rascarme era un pedazo de piel…-.
Nunca pudo regresar a nuestro espacio y tiempo, volvió a su casa, sin ser el mismo, soñábamos con ser generales, de ser militares ejemplares, fui padrino de uno de sus hijos; yo iba por lo menos una vez al año a saludarle, era leyenda en su pueblo, por la forma en que perdió el brazo y más porque varios colegas le visitábamos, no es común ver militares por esas zonas.
Enmarcó su uniforme, algunos le llevamos por amistad, las insignias que te otorgan en las graduaciones y en las ceremonias, esas que no se dan, porque son un gran recuerdo, le lleve la mía de general, la vio, sonrió, brindo esa noche, estaba eufórico, siento y vivo tu alegría, me dijo muchas veces, el fantasma de la pandemia se lo llevó…-.