Calles obscuras
Román Sánchez Zamora
Esa mañana llegué muy temprano, les daba comida a los perros.
-Estos son hermosos, fieles, cariñosos, leales, fuertes, y protectores, un día salió corriendo de la casa la perrita de un invitado, y fueron tras Romina, así se llamaba la perrita, mordieron su correa y regresaron… nunca reflexioné tanto sobre el grado de fidelidad y protección canino.
-Una vez, íbamos por una certificación, la cual ya no existe, porque era violatoria de tratados internacionales.
-Faltaba una semana para irme y llegó mi secretaria con un perrito, era uno así de la calle, pero se veía que iba a ser grande-.
-El día de mi partida, estaba mi secretaria con el perro, y me dijo, señor lléveselo, le va a hacer falta, como ella me veía mis pendientes sólo lo tomé y llevé su caja para viaje.
-Todos llevaban su perro, durante los tres meses que estuvimos en las instalaciones, faltaban 15 días para terminar.
-Subimos a un avión, cada uno con su mascota, cada uno con su misión, cada uno con sus víveres y anhelos…-.
-Todo estaba hecho y planeado para que la comida se terminara faltando una semana, para llegar al punto de rescate, teníamos un radio para ser sustraídos por algún problema mortal o algo que estuviera fuera de control, pero implicaría la expulsión del curso, hasta ese día nadie lo había usado.
-Y llego el momento, es increíble la identidad que logras con un perro, tu mascota, tu confidente, tu brother animal-.
-Todo estaba planeado, o morir juntos de hambre o sólo uno podría sobrevivir, sin agua y sin alimento, sólo había un cerillo, sal, por más que se racionó y se aprovechaba cada animal que se encontraba para comerlo.
-Aún sus ojos están en mis noches de soledad, y le pido perdón todo el tiempo.